"ESTUVE ENFERMO Y ME VISITASTEIS"
Testimonio de Pastoral Sanitaria
Podemos además aprender mucho de los visitantes: los
que parecen estar sinceramente motivados; aquellos cuya actitud apresurada
puede reflejar la superficialidad de sus sentimientos hacia el paciente; los
que, al no quitarse el abrigo siquiera, le están diciendo que no quieren
quedarse mucho; los que se ponen a mirar las revistas del enfermo o se abstraen
en su televisión, o salen y entran de la habitación sin mantener nunca una
verdadera interacción; los que fuerzan al enfermo a discutir los asuntos
económicos de la familia porque "hay que ver lo que se va a hacer"
sobre esto y lo otro; los que carecen de la necesaria compasión y comunican no
verbalmente su incomodidad y su incapacidad para enfrentarse con el sufrimiento
de los demás; e incluso miembros de la familia cercanos que no parecen tener una
relación muy personal con su pariente enfermo.
Hay formas de risa que utilizamos incluso hablando
con un enfermo terminal. Hay una risa que 'busca apoyo' y afecto, como la de muchos
desvalidos y desamparados, o la 'risa compasiva' que se ofrece a pacientes
graves (que sólo podríamos verbalizar con palabras de consuelo y comprensión).
Algunas veces nuestro apoyo puede consistir simplemente en reír lo inreíble.
Otras, oímos la risa nerviosa del paciente que busca alivio para su ansiedad,
suscitada por una amenazante preocupación que se niegan a afrontar y por la
necesidad de negarla; o la 'risa agridulce' que refleja sentimientos diversos y
que también se muestra en el rostro como fusión de emociones.
Y en cuanto al lloro o llanto, una profesora
cristiana de enfermería nos dice:
Aquellos que se encuentran en las
profesiones sanitarias, sean psiquiátricas, médicas o pastorales, tiene una
oportunidad única de ayudar a la gente a expresar las emociones 'negativas'
[...] [el llorar es] una función otorgada por Dios que sirve un propósito útil y
que debe ser apoyada terapéuticamente por el orientador cristiano [...] el
cuerpo humano puede soportar sólo cantidades limitadas de estrés. Dios en su
providencia ha proporcionado diversos escapes para la tensión, uno de los
cuales es el llorar.
Más tarde cita a Stott, que dice:
"La moderna ausencia de lágrimas es una mala interpretación del plan de salvación de Dios, una falsa presunción de que su obra salvadora ha terminado [...] que no hay ya necesidad de más enfermedad, sufrimiento o pecado, que son las causas de las penas."
Y llega a la conclusión de que los que reprimen sus
lágrimas;
" Promueven deshonestidad emocional y el que se lleven máscaras dentro del pueblo de Dios [•••] cuando impiden el apoyo de 'llevar las cargas unos de otros' (Ga 6,2)."
Debemos darnos cuenta de que un silencio
significativo durante nuestra visita no es un vacío o laguna, sino algo que es
una parte importante de cualquier interacción, una elocuente declaración sin
palabras de nuestro interés y amor por el enfermo cuando se ha alcanzado la
verdadera comunicación y las palabras se hacen innecesarias. El influyente
psiquiatra suizo cristiano Paul Tournier nos ofrece un emotivo ejemplo del uso
terapéutico del silencio - y también del tiempo, mencionado más abajo- en uno
de sus inspiradores libros, donde nos habla de una médica a quien habían
llamado para ver a un enfermo muy grave:
Ella se daba cuenta de que él no
quería de ella un aluvión de palabras, ni exhortación, ni siquiera compasión;
quería una compañía real y ardiente. Pasó con ella una hora entera en completo
silencio, y esa hora fue para ella una de las más bellas de su vida.
El libro del Eclesiastés nos asegura que hay;
y esto es exactamente lo que ocurrirá si actuamos con el discernimiento que nos dará el Espíritu si verdaderamente deseamos ser guiados por él y le dejamos hacerlo.«tiempo de callar y tiempo de hablar» (3,7),
«La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios» (CCE 1501).
Frecuentemente, el perder una fe débil es consecuencia
directa de culpar a Dios por la enfermedad y el sufrimiento que tenemos.
Personalmente, me es muy difícil hablar a la persona amargada. Sí, puedo decir
lo que quiera decir, pero a veces me oigo mis propias palabras «como bronce que
suenao címbalo que retiñe» (ICo 13,1).
Aunque recuerde que la cruz de Cristo es la
respuesta al misterio del sufrimiento y que hay beneficios en compartirla con
él por medio de nuestro propio sufrimiento, a menudo mis propias limitaciones
me impiden saber cómo hablar a una persona que está con dolor, deprimida o
enfadada, las palabras de san Pablo:
«completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24)Decir a destiempo que;
«en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28),suena más bien a acusación, como si dijera "Esta promesa no es para ti."
Muchas otras veces, sin embargo, veo cómo esas
mismas palabras tocan el corazón de la persona como un bálsamo de esperanza.
Este pensamiento me da a veces la fuerza para compartir lo que hay en mi
corazón en lugar de simplemente escuchar las quejas de la persona, y recuerdo
que fue precisamente por su propio sufrimiento como Job pudo descubrir la majestad
de Dios y terminar confesando:
«Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5-6).
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