"EN MEMORIA DE ROSA MARIA GRACIA (ROXY) + 12/01/2014" "Hoy decidí que me quiero morir. No dire las razones ni el fín. Hoy decidí que me quiero morir, quiero morir para estar junto a ti"

sábado, 14 de diciembre de 2013

A la espera de otra Toracocentesis



Volvemos a estar  a la espera de otra “toraco”. La doctora que ha intentado extraer líquido por la mañana solamente ha realizado una “punción seca”, no sabemos si debido a que existe aire o a que esperaba mayor acumulación de líquido y la ha realizado demasiado arriba.
Tras el primer fracaso ha mandado realizar una placa, algo que debería de haber valorado antes de pinchar para asegurar el punto de punción; pero a lo hecho pecho.
Total que acudimos el día once a urgencias por un problema puntual que ya se nos había comentado al irnos  de alta, realiza una toracocentesis terapéutica y ajustar la dosis de MST y aquí seguimos hospitalizados y sin realizarla.
Cada ingreso mi mujer pierde un montón de peso y  de masa muscular, que me cuesta Dios y ayuda que recupere en casa con batidos de proteína y comidas preparadas a su gusto y con mimo. ¿Cómo narices voy a ponerla “fuerte, como me dicen las doctoras,  para la operación de decorticación que hay que realizar el mes que viene si cada vez que tengo que acudir por un problema puntual a urgencias acabamos en oncología y cuidados paliativos una semana?
A veces creo que me toman por tonto y me rebelo diciéndoles que entiendo muy bien el problema. Me sabe mal cuando me miran con lastima al pasar consulta. Yo sé en que acaba esta enfermedad y lo único que quiero es vivir con mi esposa los meses o los años que nos queden juntos, sin que ella tenga “dolor”. Llevar una vida lo más normal que podamos dentro de nuestras limitaciones y llegar al final del camino juntos en nuestro hogar rodeados de los nuestros como siempre hemos estado.

Es tanto lo que pedimos 

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.




jueves, 12 de diciembre de 2013

Educar en la familia




 Se acerca el día veinticinco, día en que celebraremos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, y ahora que tengo nietos vuelve a preocuparme la educación religiosa de los más pequeños de la casa.
 Todavía debido a la grave enfermedad de mi esposa, que la tiene o de camino al hospital o postrada en cama, en casa con oxigeno, el bautizo de la pequeña se pospuso y el del pequeño ni se plantea por parte de mis hijas;  están a la espera de una operación que ellas creen que salvara a su madre del mesioteloma, pero que no es otra cosa que una “simple” decorticación  paliativa para mejorar su “calidad de vida”. Ya les he dicho que en Enero una vez salgamos del hospital hay que poner fin a esta situación, ya que de la otra, de la enfermedad, solo el Señor puede reconfortarnos.
 En el fondo las comprendo ya que yo mismo tuve una fuerte crisis religiosa cuando a una semana de la Comunión de mi pequeña (con veintiséis años, una hija y sigue siendo mi pequeña) fallecía mi suegra de un derrame cerebral en tan solo unos días, con lo cual tan alegre celebración se convirtió en un contraste de sentimientos difícil de explicar. Como no, solo vi un culpable, DIOS, el nos la arrebato privándonos de su presencia.
 Me aleje de su lado, mas su luz nunca se apago. Espero, como un padre paciente espera que amaine el berrinche de su pequeño. Sin gritarme, ni amenazarme; siempre junto a mi lado evitando mis tropiezos. Hasta que un día derrotado y humillado como el hijo prodigo, volví a él para pedirle perdón.
 Ahora lo que recuerdo de aquellos días fueron las palabras del Capellán de la Casa Grande (como se conoce al Miguel Servet aquí en Zaragoza) cuando hablo con nosotros después de confesarla y darle la unción de enfermos; “Que mujer, que entereza, que amor y que FE”. La sonrisa de mi hija cuando avanzaba por la Iglesia de “Las Josefinas” a recibir la comunión de manos del padre D. Jesús Oteo, que había sido profesor mío de religión en Salesianos.  Y estas palabras de una carta del obispo san Braulio de Zaragoza;
¡Oh muerte, que separas a los que estaban unidos y, cruel e insensible, desunes a los que unía la amistad! Tu poder ha sido ya quebrantado. Ya ha sido roto tu cruel yugo por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! Por esto podemos apostrofarte con las palabras del Apóstol: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
 Pero sigo comprendiendo su desesperación, y esperando que nuestro Señor las vaya guiando con esa dulzura con la que solo el sabe conducir a sus hijos.

Respecto a la navidad, mis hijas, ellas saben que en nuestra casa no entra papa Noel, “no tenemos chimenea”,el problema viene cuando se lo intentan explicar a las familias “políticas” y conseguir que esa noche sea una noche de cenar en familia, charlar en familia y VIVIR la familia y que no se convierta en la noche de los regalos sin fin.  Que se le va ha hacer, nadie somos perfectos y cada uno elige su modo de celebrar.
 Para esa Noche Buena,  nosotros, en casa, además de la cena en común, tenemos preparado un nacimiento donde los niños y los no tan niños llevaremos los regalos a Jesús. Porque es Jesús quien nace ese día y a quien hay que agasajar, al igual que cuando nosotros celebramos el día de nuestro nacimiento somos agasajados. Como son muy pequeños, será una simple bandeja con viandas navideñas que Lucía dejara a los pies del niño mientras los mayores cantamos villancicos y dejamos que ellos pongan la música con las panderetas, los mayores ofrecerán sus donativos que se depositaran en la colecta de la misa que oiremos juntos el día veinticinco en el Pilar. Pero también ellos, los peques, conforme crezcan cambiaran su ofrenda; desde ofrecer un papelito con las promesas para el año a depositar el sobrecito con parte de sus propinas que luego llevaran a la parroquia.
 Luego llegara  fin de año y unos días después podremos disfrutar con la cabalgata de Reyes, aunque este año tengamos que verla en la televisión. Antes como es preceptivo habremos entregado nuestra carta, donde además de pedir regalos expresaremos nuestros deseos de que este mundo, por fin, se ilumine con la luz de nuestro supremo hacedor.
 No seamos, como se suele decir, del último que llega. Conservar las tradiciones es algo que nos compete a todos. El mundo se mueve demasiado deprisa y muchas veces se actúa por impulso, actuemos nosotros, los abuelos, como pacientes educadores intentando que no se pierdan las costumbres que recibimos de quienes nos precedieron. Ayudemos a nuestros hijos a inculcar la Fe en los suyos, como hicieron nuestros abuelos con nosotros. El colegio enseña pero al final es la familia la que educa.
   

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Unción de los enfermos (Extraido del Blog delPadre Fortea)

Revisando el blog del Padre Fortea, me encontré con esta entrada, juzga tú mismo.

Dos mujeres han venido hoy por la tarde a buscarme a la capilla del hospital. Me han pedido si podía darle la unción de los enfermos a su familiar que estaba en peligro de muerte en la unidad de cuidados intensivos.



Por supuesto, les he respondido. Me he puesto mi bata blanca sobre mi clergyman negro. He entrado con la tía del enfermo en la UCI con el código que tengo como capellán para franquear la puerta cerrada. Y he comenzado a los ritos.



A mitad de la ceremonia, he escuchado como un joven médico de treinta años le decía a una enfermera: Es una falta de respeto que entren aquí sin pedir permiso.



Lo ha dicho enfadado y en voz alta para que lo oyera yo. A mí no me ha dicho nada al salir, pero a la pobre familiar que estaba un momento contemplando a su sobrino en estado tan grave, le ha dicho con muy mal tono que saliera.

Así están las cosas ahora mismo en España. 

martes, 10 de diciembre de 2013

"CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS" aunque sea un TRIBUNAL ECLESIASTICO y no mi parroco quien los perdone



Catecismo de la Iglesia Católica
«Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Ritual de la Penitencia, 46. 55 ).
 
ARTÍCULO 10
"CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS"
976/ El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: 

"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
979
En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Puesto que era necesario que, además de por razón del sacramento del bautismo, la Iglesia tuviera la potestad de perdonar los pecados, le fueron confiadas las llaves del Reino de los cielos, con las que pudiera perdonar los pecados de cualquier penitente, aunque pecase hasta el final de su vida" (Catecismo Romano, 1, 11, 4).

980/ Por medio del sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:

«Los Padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39, 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados» (Concilio de Trento: DS 1672).

II. La potestad de las llaves
981/ Cristo, después de su Resurrección envió a sus Apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5, 18), no lo cumplieron los Apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:

La Iglesia «ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado» (San Agustín, Sermo 214, 11).


982/ No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. 

"No hay nadie, tan perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no pueda contar con la esperanza cierta de perdón" (Catecismo Romano, 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
 «Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don» (San Agustín, Sermo 213, 8, 8).
1465/ Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

Código de Derecho Canónico

960/ La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede tener también por otros medios.

976/ Todo sacerdote, aun desprovisto de facultad para confesar, absuelve válida y lícitamente a cualquier penitente que esté en peligro de muerte de cualesquiera censuras y pecados, aunque se encuentre presente un sacerdote aprobado.

980 /No debe negarse ni retrasarse la absolución si el confesor no duda de la buena disposición del penitente y éste pide ser absuelto.

986 §2./    Si urge la necesidad todo confesor está obligado a oír las confesiones de los fieles; y, en peligro de muerte, cualquier sacerdote.

Tribunal de la Rota
987/ Para recibir el saludable remedio del sacramento de la penitencia, el fiel ha de estar de tal manera dispuesto, que rechazando los pecados cometidos y teniendo propósito de enmienda se convierta a Dios.

988 § 1. /   El fiel está obligado a confesar según su especie y número todos los pecados graves cometidos después del bautismo y aún no perdonados directamente por la potestad de las llaves de la Iglesia ni acusados en confesión individual, de los cuales tenga conciencia después de un examen diligente.



lunes, 9 de diciembre de 2013

Mi Cristo roto Padre Ramón Cué

 Cuando comencé a leer Mi Cristo roto, no pude mas que pensar en un crucifijo que acompaña a mi familia desde hace mas de cuarenta y ocho años. Yo apenas contaba uno y la historia me la contó mi madre. Por entonces todavía vivíamos en el pueblo y mi padre, que Dios lo tenga en su gloria, trabajaba en la mina y en el campo. Una noche lluviosa al volver de sus tareas en las tierras, la luz de su moto alumbro un bulto en un charco. Paso de largo, pero por lo que se ve, dio la vuelta y recogió lo que fue un crucifijo de diez centímetros de madera negra con un cristo, que yo siempre conocí ennegrecido y que llevo pegado en todos sus coches.
 El no fue nunca de "misas", como solía decir, pero a sus dos hijos nos envió a ser educados por los Padres Salesianos; a mi con mucho esfuerzo pues cuando fui la buena educación se "pagaba".
  Murió tras un penoso cáncer de veguija y después de recibir el sacramento de la extrema unción por parte del capellán del Hospital Clínico. Tuve que tomar la decisión, para aliviar su agonía, de que se le  administrara lo que se llama en cuidados paliativos "una sedición paliativa", tres días después fallecía en compañía de todos los que le queríamos.
 Tras su fallecimiento, retire el crucifijo y me lo quede, y cual no fue mi sorpresa cuando al frotarlo bien para limpiarlo descubrí un precioso Cristo dorado que ahora, colocado en un marquito con terciopelo negro, escucha mis oraciones y me recuerda siempre la figura de mi padre.

 Mi Cristo roto, del Padre Ramón Cué es un pequeño texto que contiene párrafos dignos ser meditados;



El vendedor exaltaba las cualidades para mantener el precio. Yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo… Me estremecí de pronto. ¡Disputábamos el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía! Y me acordé de Judas… ¿No era aquella también una compraventa de Cristo? ¡Pero cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en él y en nuestros prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.

No me preguntes ni pienses más en el que me mutiló, déjalo, ¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!, Yo ya lo perdoné. Yo me olvidé instantáneamente y para siempre de sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas como vosotros.


Eso es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele, a ver si así, roto y mutilado te sirvo de clave para el dolor de los demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos, en luces, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes.
Hay muchos cristianos que tranquilizan su conciencia besando un Cristo bello, obra de arte, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. ¡Esos besos me repugnan, me dan asco!, Los tolero forzado en mis pies de imagen tallada en madera, pero me hieren el corazón. ¡Tenéis demasiados cristos bellos! Demasiadas obras de arte de mi imagen crucificada. Y estáis en peligro de quedaros en la obra de arte.
Un Cristo bello puede ser un peligroso refugio donde esconderse en la huida del dolor ajeno, tranquilizando al mismo tiempo la conciencia, en un falso cristianismo. Por eso
¡Debieran tener más cristos rotos, uno a la entrada de cada iglesia, que gritara siempre con sus miembros partidos y su cara sin forma, el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos los hombres! Por eso te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti, aunque amargue un poco tu vida.


Yo, como hijo de Dios, me hice responsable voluntariamente de todos los errores y pecados de la humanidad. Todo pesaba sobre Mí, mi Padre se asomó desde el cielo para verme en la cruz y contemplarse en Mi rostro, clavó sus ojos en Mí y su pasmo fue infinito. Sobre mi rostro, vio sobrepuesta sucesiva y vertiginosamente las caras de todos los hombres. Desde el cielo, durante aquellas tres horas terribles de mi agonía en la cruz, contemplaba el desfile trágico de la humanidad vencida, mientras tanto Yo le decía:
“¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” No era Yo sólo quien moría en la cruz, eran miles y miles de dolientes seres humanos, derrotados muchos por sus propias pasiones, por sus errores, por sus pecados. El desfile era terrible, repugnante, grosero. Mi Padre vio pasar sobre mi rostro la cara del soberbio; la del sectario, imaginando la destrucción de Dios, la del asesino frío y desalmado...
Había labios repugnantes, ojeras hundidas marcadas con fuego de lujuria, alientos insoportables de ebriedad, palidez de madrugadas encenagadas en el vicio, sórdidos rictus de amargura y desesperación, turbadoras miradas de perversión y delito, de subterráneas anormalidades inconfesables y oscuras. Toda la derrota y las lacras de una humanidad irredenta, la agonía, la muerte. Y mi Padre… Dios, las amó a todas y perdonó sus pecados”.




 Mi Cristo roto


2º Domingo de Adviento Festividad de la Inmaculada Concepción

 Lucas 1, 26-38. Ciclo A.
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: 
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo:

«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel:

«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». 
El Ángel le respondió: 
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
 María dijo entonces: 
«Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho»
Y el Ángel se alejó.


 SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS
Y ASUNTA AL CIELO EN CUERPO Y ALMA
María y el Adviento 

(extracto de la voz del Prelado boletín Iglesia en Zaragoza)
Grande es la relación que guarda María con el Adviento. El Adviento nos señala la imperiosa necesidad que todos tenemos de conversión, de cambio de vida, para salir limpios al encuentro del Señor y, de este modo, hacer que sea posible la entrada de aquél en nuestras vidas. No otra es la voz de Juan el Bautista, el precursor, cuando clama ante los pecadores: “preparad el camino al Señor”. El pecado y la santidad no pueden nunca encontrarse, pues están en total oposición. Dios establece su morada en la santidad, mientras que aparta su rostro del pecado.
Pues bien, la solemnidad de la Inmaculada nos habla de un corazón que no ha conocido el pecado. Ese corazón es puro y sin mancha. Por tanto, es un corazón plenamente preparado para recibir la venida del Señor a él. De entre todas las personas que integraban el Resto de Israel, María era la única que reunía en sí misma las condiciones necesarias de posibilidad para recibir al Señor, para abrirle la puerta tan pronto como Él llamase.
Por eso, si el Adviento es el primer tiempo del año litúrgico en el que intensificamos nuestra conversión a Cristo, conscientes de la necesidad de ser santos para poder encontrarnos con Él, María Inmaculada, la Madre del Señor, se nos ofrece como el gran modelo a seguir. Ella engendra al Redentor bajo la acción del Espíritu Santo porque aquél, el Redentor, encuentra en María la sede de la santidad, de la pureza absoluta. El Adviento nos pone en camino hacia la santidad, una santidad.
Al proclamar a María “llena de gracia” en el acto de la Anunciación y “bendita entre todas las mujeres” en el acto de la Visitación, el ángel Gabriel e Isabel, la prima de la Virgen Madre, están diciéndonos uno y otra a los hombres de todos los tiempos que el encuentro con Dios exige necesariamente la santidad y que el Señor viene a nosotros y monta su tienda entre nosotros cuando nos encuentra preparados para recibirle.
Digamos, pues, con la Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: “Señor, recibe complacido el sacrificio que te ofrecemos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y así como a ella la preservaste limpia de toda mancha, guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado”

domingo, 8 de diciembre de 2013

El organo que mejor habla...

Cuentan que un día llegó a la Clínica de un famoso cardiólogo cirujano, un viejecito, muy pobre, iba recomendado por el médico del hospital público. Tras horas de espera, el médico recibió al anciano y éste le explica la razón de su visita:
- 'Mi médico del hospital público me ha enviado porque considera que únicamente Ud podría solucionar mi problema cardíaco y, en su clínica poseen equipos suficientes para esta operación'.
 El médico ve los estudios y coincide con el colega del hospital. Le pregunta al viejito con qué Compañía de Seguros se haría operar. Este le contesta.... 'Ahí está el problema Dr. Yo no tengo seguro social y tampoco dinero. Soy muy pobre y sin familia... Lo que pido, sé que es mucho, pero quizá puedan ayudarme...'.
 El médico no lo dejó terminar. Estaba indignado con su colega del hospital. Lo despidió con una nota explicándole al Dr. que lo remitía que su "Clínica era Privada y no un centro caritativo”.
 Cuando el anciano se retiró. El médico se percató de que había dejado olvidada una carpeta unos folios, eran poesías...

Leer el texto completo en su blog de origen
Diario de un cura de aldea de  Miquel P. León Padilla
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